Vuelta a la reverencia de lo sublime.
Si me hubieras dejado de dar la espalda por aquél entonces, nos hubiéramos perdido el recién estrenado sabor de una olfateada madurez que observo en nuestras miradas, tras las cortinas, detrás del sofá que no ocupamos en este mismo momento.
Creo que ahora te llenaría una copa de vino debajo de tu puerta, ambas apoyadas en el marco, claro, sin dejarte hablar una sola palabra más sublime de lo normal, sólo dejando responder a la expresión de tus ojos. Hablaría sólo yo, sin titubeos, sin temblores. Escucharíamos zarzuela, tiraría las fresas por el balcón, te untaría del chocolate negro fundido los labios y no me pensaría dos veces quitártelo de la boca y relamerme. Fumaría y al volver de coger el cenicero apagaría el cigarro, para darte de beber de mi copa, manchando, para nada casualmente, tu barbilla para que esa gota de cine bajara por tu pecho.
No habría palpitaciones terriblemente mal ocultadas. Ahora no tendría la necesidad ni de actuar, cogería tus manos para que las ocultases tú. Sólo beber, sospechar, temer, follar y reír.
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