La adolescencia y post adolescencia en el charlé
La luz q entra por la ventana justo al haber apagado la luz después de leer, y al poner mi cuerpo boca arriba con todo el peso en los ojos, la cabeza, la sien, junto a la casi inexistente brisa y el raro silencio de la noche de hoy, me recuerda a tantas noches veraniegas en el charlé. Donde en la habitación de las literas entraba una luz azulada, de la mezcla de la noche, la luna, las farolas... donde corría también una tímida corriente de aire, como hoy, y se escuchaba según la noche el silencio profundo mientras todos dormían o esperaban dormir o los ladridos de perros en la lejanía, o algún grillo, o algún movimiento de algun animalillo pequeño. Pero el nuestro era un campo muy doméstico y poco rural , mi abuela limpiaba el campo, y apenas se escuchaban sonidos provenientes de la diversidad faunística. Entre que llegaba el sueño y no, se levantaba alguien para ir al servicio, y todos con las puertas abiertas íbamos escuchándonos el tránsito nocturno de la cama al baño y al revés. A mí me llamaba la atención el conocer solo por el sonido de sus pasos a la persona que se dirigía al váter, a oscuras.
Sobre todo recuerdo la calma, la paz, el tiempo para el descanso, el ritmo lento, la rutina en aquellos días junto a los abuelos, la comida y el contraste entre cuando subían todos (tías y primos) a comer y cuando nos quedábamos solo nosotros con ellos, los abuelos, ya a la noche.
Y recuerdo bajar a la piscina de noche para ver las luces de Granada, para tener un momento de soledad, para dejar a la mente fantasear alguna joven historieta amorosa, o para mandar un mensaje a la novia de aquella época o para llamarles, a ella o a los amigos, con poquísima cobertura y entrecortada, para explicarles la suavidad de esos días...
La hora de la siesta y la hermandad: cómo me gustaba ver a mi madre y sus hermanas con mi abuela compartir un rato de charla antes de caer una a una rendidas a la siesta. A veces me quedaba un rato siendo cómplice, otras me iba al cuarto de las literas a echarme, otras prefería bajarme a la sombra de alguna morera pasando por al lado de la cochera, donde a veces mi tío Jose veía el tour en la hora de la siesta,para descansar a mi aire, hasta que el sonido y la presencia de avispas y moscas me sacaban de lo bucólico de la idea de la siesta bajo el árbol.
También me acuerdo de mirar al cielo por las noches. A veces nos encontrábamos los cuatro ahí, mis padres mi hermana y yo y era de lo más especial. Pero también lo era compartirlo solo con mi padre, me sentía cerquita de él. Recuerdo que a mi prima Nuria mi abuelo sí le explicaba sobre el cielo, eso dice ella, a mí no, yo no tengo ese recuerdo.
Recuerdo el fresquito del porche, al salir recién despertada para saludar a quien ya andaba por ahí desayunando o en acción. También recuerdo las llamadas telefónicas que escuchaba desde la cama, de los que subirían más tarde, preguntando todo tipo de cosas, o de los q ya estábamos ahí arriba para pedir que pasaran a comprar algunas otras que se necesitaran...
Recuerdo el aperitivo, antes de comer, debajo de la morera, entre moscas y matamoscas, alrededor del abuelo,con un chato de vino y unas tapillas,mientras la abuela estaba arriba en la casa resguardándose del calor o preparando la comida con mi madre.
Recuerdo la merienda cuando más chicos como el mejor momento del día, con la temperatura más bajita y la sombra ya cubriendo la piscina. Recuerdo la luz del sol que se iba perdiendo desde la esquina de la piscina hacia el huerto. Recuerdo secarme corriendo alrededor de la piscina o dando saltitos a esa hora para no usar toalla, imitando u obedeciendo a mi madre. Y recuerdo los paseos con la abuela al atardecer con el callao por si venían perros.
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