El maravilloso mundo de Zambombi

Wednesday, August 03, 2016

el reposo y el recreo

Agar María

Estos días de pensamientos baldíos le han robado la calma, musita mientras echa mano de los anteojos para buscar su número en la guía telefónica, una guía que lleva encima de la mesita del teléfono en el salón tantos años como hace que sus padres viven ahí, más de dos décadas, casi tres, cuantos años tiene ella, Rocío, la hija pequeña de dos de un matrimonio de alrededor de los sesenta que cada día que pasa parece rejuvenecer gracias a la juventud que le aporta la relación con sus hijas y su mundo. Al coger la guía de teléfonos se percata de cómo el color amarillento de lo antiguo se ha apoderado de sus hojas.

La llama desde hace unos días, pero su vocecilla inquieta no responde. Lo intenta una segunda vez sin éxito y sin descolgar todavía el teléfono se acuerda de la última conversación que mantuvieron no hace más de un mes. Aurora le contaba cómo anhelaba ciertos aspectos en su vida. Cómo echaba de menos que la tocaran con pausa, que se deleitaran tocando su piel, sintiendo el tacto suave, profundo y penetrante. Que le apartaran el pelo del cuello despacio para poder besarlo y regodearse como si fuera miel en los labios. No encontraba que de amor se le abriera el alma y el sexo hasta la completa deshinibición y la paz. Soñaba porque con eso soñaba de verdad con que la miraran sin prisa y no solo a los ojos, sino en un sosegado camino por sus labios, sus mejillas, su frente y el nacer de la melena, la forma en que caían sus cejas, la extensión de sus pestañas, en una admirar que abatiera sus párpados para rendirse de puro placer. Que le propusieran mil formas sin sentir complejo alguno, ni vergüenzas infantiles y estar desnuda con la misma seguridad que al estar vestida, sin tensión que cierre el pecho, la garganta y los muslos. El disfrutar juntas de lo sensual y la sensualidad y que si faltara, la supieran construir de nuevo desde la picardía y el cariño para producir nuevo aunque continuo amor.
Que se quedaran observando un cuadro un minuto sin la prisa del perder el tiempo. Que se rieran con ella y así poder retomar confianza con el humor que lleva dentro y que sale en casa.
Que el paso del tiempo pasara como quisiera, vibrante, pesado, brutal, leve, a raudales, con torbellino, aburrido, da igual, pero con la calma de la confianza.
Que el temor viniera sin culpa y la obsesión sin temor pero con un poquito, por favor, más de razón y maduración.
Y que la pausa llegue sin tedio, le decía, y con actividad y que no permanezca la inmovilidad del sofá más allá de los domingos que son lunes y que no habite el olvido.

De pronto la guía cae el suelo por la tirantez del cable del teléfono y del sobresalto Rocío despierta y cuelga.Y ella que tenía tantas ganas de contarle, compara y se encuentra de frente con sus nimiedades de estío y hastío. Se queda muda al otro lado del teléfono maldiciendo su levedad estival.