Las musasrañas
Recuerdo el momento preciso en el que la luz entraba por la ventana del balcón. Esa luz anaranjada de resina y azafrán del atardecer de la ciudad que sacude todos los sentidos, que pone en vibración al alma, que vierte en ella un mágico elixir para que ya no exista en tu recuerdo otra luz tan singular en ningún otro rincón del planeta. Esa luz hogareña, tibia, concentrada, tranquila y suave, que lo mismo te incendia de júbilo que te lleva a la nostalgia más sentía.
Te recuerdo apoyada sobre el borde de la parte trasera del sofá, de espaldas, delante de ti el citado balcón y el rayito de esa luz muy localizado, entre el balcón y la esquina del salón , sin atreverse casi a entrar dentro de la casa pero ambientándola de todos los matices.
Aquella foto en uno de los muebles, una estampa de mar, una barca... Una foto que alumbrada con la luz del atardecer de la ciudad se convertía en una imagen de Sorolla.
El perro de la hortelana oliendo aquella planta de hierbabuena en el patio. Aquel chico comiendo una tajada de sandía mientras leía absorto, apoyado en las rejas que cercaban la piscina. Aquellas dos amigas hablando mientras andaban haciendo círculos dentro del agua. Otras dos jóvenes tumbadas sobre un par de toallas en el suelo a lo lejos, charlando y compartiendo una lata de cerveza y una bolsa de patatas.
Tú, apoyada en el sofá, te das la vuelta respondiendo a algo con un gesto muy tuyo, entre pícaro y vergonzoso, entre ingenuo y travieso.
Me ofreces tomar una ducha después de la tarde de sol y agua. El ambiente es estival. El calor, el color, el aire que se respira. Todo está impregnado de un halo andalusí, de raíces, de recuerdos, de infancia. Me ducho rápido y no pienso mientras estoy dentro, sino cuando salgo y entonces entras tú. Cierras la puerta, se escucha el abrir del grifo y oigo el caer del agua desde fuera.
Me imagino el agua resbalando por tus hombros, corriendo por tu pecho o cayendo por la acequia que dibuja la columna a su paso por tu espalda. Me quedo paralizada enfrente de la puerta del baño con este fantaseo en la cabeza. Trago un sorbo del zumo de melón que has hecho y que me pusiste en la encimera antes de entrar. Suelto el vaso y entonces mi mano se adelanta a cualquier otra acción en busca del pomo de la puerta del baño. Me quedo sujetando el pomo, estática, durante algunos segundos que se dilatan en el tiempo. Abro la puerta de manera suficientemente ruidosa para que notes mi entrada. No dices nada. Una vez dentro, digo tu nombre suave e interrogante, con cadencia. No contestas. El agua sigue cayendo sin cesar. Las cortinas de la ducha ondean, estás ahí. Agarro la cortina por el borde de un lateral, la abro despacio y te veo de frente, mirándome con calma, seria . Yo adopto la misma actitud y comienzo a descubrirte, con una visual de todo tu cuerpo que me bloquea en apnea durante unos segundos antes de que me sacuda la conciencia de una honda espiración.El agua sigue cayendo, demasiado caliente para ser una ducha de verano. Tus ojos y los míos se van encontrando, con gesto recto, entero, con cierta sobriedad serena del conocer perfectamente lo que estamos haciendo. Abro un poco más la cortina, comienzo a desnudarme lentamente, regocijándome en la sensualidad, aparcando los complejos. Todo tu cuerpo salpicado de agua...última visión desde la distancia. Entro en la bañera, no nos tocamos, sólo estamos. Una delante de la otra, con la misma mirada inicial, con la respiración grande y plena. Levantas la barbilla con gesto desafiante. Alcanzas con tu mano mi cuello. Una mano fibrosa, con forma vasta y definida que va perfilando mi cuello con sus dedos. Tu gesto no roza la desaprobación, pero casi.
Muy lentamente nos vamos acercando y es la agonía más inmensa hasta que nuestros pechos se rozan, y sólo se rozan...muy sutil. Me coges de nuevo por la nuca, mis cervicales se derriten al paso del calor de tu mano, subes por el occipital haciéndote paso entre mi pelo y sin dolor me agarras tirando de mi cabeza levemente hacia atrás. Mi barbilla queda alta y mi mirada por encima de la tuya. Con el mismo gesto desafiante que tú, con la mirada en tus ojos, tras unos segundos de inmenso silencio, vuelvo a escuchar el brotar del agua y la realidad me sacude en un parpadeo y te agarro por la cintura y te aprieto contra mí, violenta e intensamente, plena, pletórica, invasiva. Abro mi boca, grande, con tu labio superior colgando de mi labio inferior, con el aliento hondo de deseo. Tu boca frente a la mía no respira, como dudando en el último instante, entonces te retiras, te acercas a mi oído y me susurras que no quieres saber nada. Tomas distancia y una de tus manos sube con la yema de los dedos por mis sienes,para luego caer en forma de una densa y cálida caricia por mi ceja, el ojo, la mejilla, hasta mis labios. Siento el calor de la palma de tu mano y tus dedos se estancan en mis labios. Cierras los ojos y cuando los abres de nuevo han suavizando al fin la expresión. Te acercas. Siento cada bocanada de aire tibio que emana de nuestros cuerpos, del vapor del agua caliente... De una forma placenteramente agónica te sigues acercando. Con tus labios rastreas mi boca lentamente. Descansan tus párpados ya tranquilos, yo con los ojos abiertos, aún con el ademán altivo de la barbilla alta, abres los ojos con picardía vacilante para bajar mi mentón, te acercas y tu boca en una inmensa y continua fundición se amolda a la mía, elástica, lenta, carnosa, suave, grande. Todo mi cuerpo se abre a ti y en una sensación de remanso y de calma viva... la luna viene a la fragua.